- Las malas prácticas de la agricultura moderna reducen la diversidad biológica.
La creación de áreas protegidas es una de las herramientas más usadas para proteger la biodiversidad. Se estima que en 2020 un 17% de los espacios terrestres y un 10% de los marinos estarán protegidos. ¿El objetivo? Garantizar el futuro su flora, su fauna y, por extensión, aumentar la resiliencia de los ecosistemas, es decir, su capacidad de hacer frente a cambios bruscos.
Esta es una buena forma de gestionar los espacios naturales, pero existen otras menos respetuosas con la biodiversidad, como lo es el uso de la tierra para la producción de alimentos y otros bienes. De hecho, esta segunda forma de gestión es la que predomina. En Europa, por ejemplo, el 80% de la superficie terrestre se usa para asentamientos, agricultura y silvicultura.
Lo mismo ocurre en el resto del globo, donde la mayoría de especies amenazadas lo están por la pérdida de su hábitat natural, ahora convertido en campos de cultivo, núcleos urbanos o granjas acuícolas. Pero el verdadero problema no es que la huella humana esté prácticamente por todas partes, sino que cada vez penetre más intensamente en ellas.
Y es que, ante la falta de kilómetros cuadrados disponibles, los agricultores buscan ser cada vez más eficientes. Lo consiguen, por ejemplo, utilizando maquinaria de última generación, más grande y potente, sin olvidar el uso de pesticidas y fertilizantes. Estas medidas aumentan el rendimiento de la tierra, pero tienen un impacto negativo sobre la biodiversidad.
Esta es la principal conclusión de una investigación publicada este mes de abril en la revista especializada Global Change Biology en la que los autores, investigadores del Centro de Investigación Ambiental Helmholtz (Alemania), analizan la relación entre la intensificación del uso del suelo y la pérdida de biodiversidad, algo de lo que se sabe muy poco.
Para la elaboración de su trabajo, los expertos examinaron unos 10.000 artículos de investigadores y universidades de todo el mundo. Tras una revisión exhaustiva, advirtieron que un aumento del 20% del rendimiento de los cultivos se asocia con una disminución del 9% de la biodiversidad.
Los investigadores dividieron las áreas agrícolas estudiadas en tres clases de intensidad: baja, media y alta. Las áreas que pasaron de una intensidad baja a una media de uso incrementaron su rendimiento en un 85%, pero la riqueza biológica se redujo en un 23%. Las áreas cultivadas más intensamente, en cambio, no revelaron ninguna pérdida significativa de especies, pues ya se había producido antes.
Por otro lado, el trabajo pone de manifiesto que los bosques, de los que se saca la madera que alimenta nuestras hogueras y muchos otros recursos, resisten mejor que las tierras de cultivo a la intensificación de su explotación.
Con todo, este análisis pone de manifiesto la necesidad de intensificar nuestra actividad más poco a poco, a un ritmo que los ecosistemas puedan digerir y al que puedan adaptarse, pues de no ser así, como está ocurriendo con el aumento de temperaturas en el mar y los arrecifes de coral, el efecto puede ser devastador.